La forma y el contenido de la democracia

La forma y el contenido de la democracia
"Pero si la democracia como forma ha fracasado, es, más que nada, porque no nos ha sabido proporcionar una vida verdaderamente democrática en su contenido.No caigamos en las exageraciones extremas, que traducen su odio por la superstición sufragista, en desprecio hacia todo lo democrático. La aspiración a una vida democrática, libre y apacible será siempre el punto de mira de la ciencia política, por encima de toda moda.No prevalecerán los intentos de negar derechos individuales, ganados con siglos de sacrificio. Lo que ocurre es que la ciencia tendrá que buscar, mediante construcciones de "contenido", el resultado democrático que una "forma" no ha sabido depararle. Ya sabemos que no hay que ir por el camino equivocado;busquemos, pues, otro camino"
José Antonio Primo de Rivera 16 de enero de 1931

domingo, 17 de abril de 2016

Falange Española y Nacionalsindicalismo: La Participación del Pueblo en las Funciones del Estado



Intervención del pueblo en las Funciones del Estado. 

 


La posición de F.E.D. en este tema ha quedado reiteradamente explicada en varias entradas anteriores así como en el blog original de Democracia Orgánica Digital gestado en el año 2012. Sin embargo habrá quien considere, con razón, que la existencia de asociaciones políticas y elecciones directas, aunque éstas se realicen en listas abiertas y mediante sufragio orgánico, implicaría la existencia de una Cámara Política que ocuparía en escaños cerca de un tercio de las Cortes. Cámara Política y Cámara Corporativa (La Cámara Corporativa contiene la Representación Sindical y Municipal. Ésta última posee implícitas connotacionas Regionales. No llegarían en ningún caso a un tercio matemático por la necesidad de incluir diputados corporativos electos en representación de la Familia, Padres de Alumnos, Academia de la Lengua y otros). Y que esto unido a un futurible sistema de referendums mediante un Senado Popular, aunque se lleve a cabo mediante sufragio orgánico, es algo ajeno al falangismo.

Puede que adaptarse a las necesidades de la sociedad actual, con su desvertebración y sus nuevas tecnologías, pueda parecer diferente al falangismo del año 1933. Sin embargo es el mismo espíritu ya que, por la heterogeneidad de sus componentes, el nacional-sindicalismo evolucionó entre los años 1933-1936 en dirección Joseantoniana y posteriormente, durante el Estado Nacional, surgieron originales propuestas con la intención de articular e institucionalizar el Movimiento Nacional como un sistema de representación política basado en partidos políticos constitucionales, como esta de Arrese, con muchas ideas interesantes lo que no significa que las asumamos.

La propuesta de F.E.D. es una síntesis Joseantoniana y por lo tanto de raíz Cristiana, bastante definitiva y actualizada, cuya práxis debe ser previamente teorizada con el fin de avanzar con paso firme y seguro. Para ello hay que tener en cuenta una serie de circunstancias positivas y negativas.

Positivas:

- Proponemos un sistema político completamente transparente y participativo, sin trampa ni cartón, en el que tienen cabida todos los españoles de cualquier ideología sin excluir a casi nadie. Salvo, quizás quienes voluntariamente se situén al margen de la Cultura de la Vida a pesar de disponer de todas las soluciones para sus problemas vitales dentro del sistema Nacionalsindicalista.

- Una transición legal sin traumas, sin presos y sin sangre de ningún tipo. Ya está bien de la hipócrita e interesada identificación de Falange con la dichosa Guerra Civil. Máxime cuando esta fue consecuencia del PSOE y del golpe del Frente Popular a la propia República, cuyo triste recuerdo más se asemeja a una pesadilla a lo Freddie Krueger.

- La hipocresía de la partitocracia actual quedará al descubierto con la participación de los trabajadores en el destino de sus empresas.

- Los avances, solo teóricamente conseguidos por la humanidad, en materia de Libertad se harán praxis, es decir, realidad.

- Los partidos políticos no son necesarios para la representación de las ideas. Pero sí pueden serlo las asociacione políticas financiadas mediante las cuotas de sus propios afiliados.

- El senado popular orgánico y las nuevas libertades de legislación y recusación. Implicarán directamente a toda la sociedad si es que voluntariamente quiere hacerlo

- El fin de las injusticias sociales y la pérdida de poder de las asociaciones políticas imposibilitará el arraigo del mensaje subversivo contra las Leyes Fundamentales del Sistema.

- Por primera vez existirá la independencia del poder judicial. Dentro de un sistema legal completamente distinto y equipado con más medios para la búsqueda de la verdad. Que será su objetivo. Y con una legislación más elaborada que limitará el poder absoluto de los jueces.

- Se instaurará un sistema educativo no dogmático en ideologías concretas pero que proporcione el fundamental conocimiento de la Patria, como un bien heredado que hay que transmitir mejorado, y evite la pérdida de las raíces y la autoestima.

- Supondrá el final de la pérdida de la moralidad, la corrupción generalizada, el precio del dinero y la presión fiscal excesiva que obliga a los emprendedores a salirse de la legalidad para salvar a sus empresas etc... Aunque sabemos que no hay nada perfecto en este mundo.

- La vulnerabilidad de la Democracia Orgánica del pasado, al igual que la versión posibilista del Nacionalsindicalismo, radicó en que solo fue Democracia Orgánica y Nacionalsindicalismo muy parcialmente. En consecuencia contenía un componente de engaño que alejó al pueblo de sus instituciones. Dejando a un lado el tema, cierto, de que no se han dado cuenta aún de lo que perdieron a cambio del "abono" del actual sistema.

- Es un sistema que puede funcionar igual con una monarquía refrendada que con una república. Lo importante ya no será tanto el Jefe del Estado sino las Leyes Fundamentales, que establecerán el nuevo tablero de juego, junto con la voluntad popular.


Negativas:

- Si todo fuera susceptible de votación, como por ejemplo el exterminio de una raza, de una creencia, del patrimonio artístico construido en épocas anteriores, de aquellas ideologías que por ser superiores podrían arrinconar al constitucionalismo actual en el baúl del olvido, de los jóvenes que solo tienen meses, de la historia que los derrotó, de los viejos que solo ocasionan gastos a una administración corrompida etc... Entonces caeríamos en el peligro de una Democracia Digital Inorgánica.

- Como siempre ocurre cuando se instala un sistema contrario a los intereses de las internacionales económico-ideológicas y de las multinacionales, éstas harán lo posible por desestabilizarlo mediante una injerencia externa e interna. Conocemos cómo se hizo la transición a base de sobornos financiados por bancos y multinacionales e incluso sobres con dinero que se repartía entre los alborotadores universitarios. Esto es difícil de controlar aún con una legislación adecuada que limite el gasto de las asociaciones políticas a lo recaudado con las cuotas de sus afiliados.

Sin embargo piense el lector si esta injerencia no está sucediendo ya en el sistema político actual. ¡Pero si hasta tenemos que luchar en sus guerras!

La acción desestabilizadora interna de procedencia externa, en el peor de los casos, podría neutralizarse mediante la creación del Movimiento Nacional  a partir de las mínimas características comunes a todas las asociaciones políticas que respeten las Leyes Fundamentales o Nueva Constitución. La teoría del Movimiento Nacional trata de realizar un reduccionismo ideológico al límite en los programas de las asociaciones políticas favorables al sistema nacional-sindicalista de forma que puedan ser voluntariamente aceptadas por una mayoría y así consigan el apoyo de la casi totalidad del pueblo para dichas asociaciones individuales y sus candidatos, presentados en listas abiertas dentro de este nuevo Movimiento Nacional constituido a partir de grupos sociales y políticos preexistentes. Esto es algo que me parece no deseable, que recuerda a la política actual y pasada, que divide a los españoles al discriminar a grupos políticos que supuestamente han adquirido alguna notoriedad, que pervierte el concepto original, pero que sirve para apuntalar la civilización cristiana frente a la supuesta agresión capitalista o comunista y está profetizado en el pensamiento de falangistas como Arrese y no resulta opresor de la voluntad popular.

La idea del Movimiento Nacional como cauce de representación política surge, por tanto, de la necesidad de defender al Estado Sindical y sus Leyes Fundamentales o Constitución pero no es asumida por F.E.D., salvo quizás como último recurso, puesto que se diga lo que se quiera recuerda parcialmente al partido único y a los recursos defensivos de la constitución que existen en los llamados países "democráticos", y por lo tanto, a una dictadura suave o "dictablanda" que podría a ser rechazada por una parte del pueblo. Aún así no debemos ser ingenuos ni a favor ni en contra de esta propuesta.

Nuevamente cabe pensar si no vivimos actualmente en una dictadura disimulada, con casi todos los medios de comunicación en manos de los partidos-grupos empresariales actuales machacándonos con las 4 mismas ideas ramplonas de siempre diseñadas para masas culturalmente taradas. Con los jueces divididos en grupos políticos administrando una justicia parcial que aplica la "ley del embudo" según le conviene o según por donde sople el viento más fuerte y etc, etc... por no extenderme más.

- Nuestra misión actual no es la instauración, imposible en las circunstancias políticas actuales, de un sistema que ponga el mundo patas-arriba, por ser demasiado avanzado para su tiempo, sino la creción de una corriente de opinión mediante la divulgación de las ideas a todos los niveles.

Hay que volver a recordar que estas ideas se iniciaron hace ya muchos años, antes de que fuera conocido el grupo de extrema izquierda Podemos, en el blog Democracia Orgánica Digital.


La Cámara Administrativa



José Luis de Arrese
Siendo el contenido de este capítulo y del siguiente el análisis de las consecuencias fundamentales que se pretenden deducir del concepto que al poder del Estado se ha dado en el capítulo sobre la Teoría del Poder y Separación de Funciones, procede recordar las afirmaciones principales que en dicho capítulo se establecieron.

Tales afirmaciones son:

Primera. El poder del Estado pertenece exclusivamente al pueblo; pero al ser incapaz de accionado por sí, es ejercido por la persona o personas que encarnan la institución a la cual el pueblo confiere autoridad; y como esta institución o movimiento descansa en un conjunto humano jerarquizado, el titular del poder, o Jefe del Estado, viene a ser el Jefe Nacional del Movimiento, siéndolo precisamente por ser tal Jefe de ese Movimiento o institución, y no por otro concepto.

Segunda. En el ejercicio del poder del Estado han de ser claramente diferenciadas dos funciones direcciones distintas: función administrativa y función política. La primera se dirige a dar "lo que es suyo" a cada uno de los hombres, que integran el Estado, en cuanto no son considerados como formando entidad histórica; es decir, es aquella que se dirige al servicio del pueblo considerando a éste en su aspecto numérico o de colectividad. La segunda, en cambio, es aquella en la cual el poder del Estado se dirige al servicio del pueblo considerado como entidad social determinada por la Historia.

Se trata, pues, de funciones que, para definirlas en pocas palabras, aun a sabiendas de lo impreciso que resulta la frase comprimida, pudiéramos decir de ellas que la una refleja al "Estado haciendo justicia" o "administrando" y la otra al "Estado haciendo política".

Tercera. En el ejercicio de estas funciones el titular de la institución que goza de mando, es decir, el Jefe Nacional del Movimiento, ha de llamar a todo el pueblo a colaborar con él en cada una de ellas y en la forma que vamos a ver.

I) La colaboración del pueblo con el poder del Estado en el ejercicio de la función administrativa: ha de ser total, racional y permanente


Se trata ahora, por lo tanto, de establecer esa forma, o lo quees Io mismo, se trata de encontrar el modo de llevar a cabo esta colaboración; y como reservamos para el capítulo siguiente lo que se refiere a la intervención del pueblo en la función política del Estado, vamos a ver en éste únicamente lo relativo a su participación en la función administrativa.

Para ello empecemos por señalar las condiciones generales que debe reunir toda organización dirigida a realizar adecuadamente este servido. Después, hagamos una crítica razonada de los procedimientos establecidos por los sistemas liberal y marxista, observando cómo estas condiciones no se dan en los partidos múltiples y en los partidos únicos de uno y otro. Y, por último, busquemos el modo mejor para que esto se verifique dentro de la teoría que venimos desarrollando.

Lo primero es, por lo tanto, afirmar las condiciones inexcusables a toda organización que intente servir para que, a través de ella, se realice la colaboración del pueblo con el poder
del Estado en el ejercicio de la función administrativa. Pues bien; estas condiciones son tres : totalidad, racionalidad y permanencia.

Decimos que ha de ser total, para significar que deben tomar parte en ella todos los individuos que integran la colectividad, o al menos, los que así lo deseen. Decimos que ha de ser racional, en el sentido de que la participación en la función administrativa del Estado ha de hacerse de manera que no suponga para el individuo que interviene un desplazamiento antinatural de su situación real en la vida y en la sociedad; y, por último, afirmamos que ha de ser permanente, ya que permanentes son también los intereses del hombre que se atienden a través de esta función.

Antes de pasar a ver si los cauces inventados por aquellos sistemas reúnen estas tres condiciones, recordemos otra de las cosas que dijimos en el capítulo X. Allí vimos que, prácticamente, ni el sistema comunista ni el liberal se preocupan lo más mínimo de realizar profundamente, seriamente, la función administrativa. El primero, porque dice con claridad que sólo le interesa la política. El segundo, porque llega al mismo resultado por el camino opuesto.

El individualismo ha vivido hasta ahora montado sobre la contradicción de desconocer el rango que en el Estado tiene la función política y de montar, en cambio, para realizar la otra función un procedimiento, como el de los partidos, eminentemente político. Esto le ha llevado, como era natural, a establecer una pugna entre la realidad y la apariencia de su intención; y como el hombre de la calle no suele estar obligado a saber filosofía ha acabado por tomar el rábano por las hojas, y ha terminado creyendo que lo importante en unas elecciones no es elegir al que mejor defienda sus derechos humanos, sino al que represente mejor su pensamiento político.

Así es cómo el liberalismo, por la puerta de atrás, ha terminado también por abandonar la función de administrar justicia.

Esto nos podría liberar, en gran parte, de lo que vamos a escribir; nos podría liberar, por ejemplo, de demostrar que los procedimientos ideados por esos sistemas no sirven para realizar la función encomendada, porque no cumplen las condiciones expuestas más arriba; pero como ello podría conducimos a creer que el defecto está en la confusión de funciones mantenida por ambos sistemas, y no en la mezquina concepción de los procedimientos elegidos, vamos a entrar en el terna para demostrar también que aunque el perfil del Estado volviera a su real fisonomía, ni los partidos políticos ni el partido único servirían para llevar a cabo la misión de hacer la función administrativa del Estado.

 

2) Los sistemas de participación ideados por el liberalismo y el comunismo no abarcan a la totalidad de los ciudadanos


Sabemos cómo resuelven este problema los dos sistemas que nos sirven de contraste. El liberalismo, organizando la colectividad en partidas múltiples; el comunismo, recurriendo. al partido único del proletariado. Uno y otro dejan a un lado porciones enormes de masa popular, que quedan excluidas de la colaboración con el poder.

Los partidos políticos dejan fuera esas enormes masas de población gracias, precisamente, a la fundamental contradicción que acabamos de ver entre sus puntos teóricos de partida. En
efecto, todo lo que sea hablar de una función política del Estado es mirado por los libera:1es como totalitarismo y heterodoxia.

Pues bien; agrupar a las gentes en partidos políticos para intervenir en la función administrativa del Estado es, cabalmente, obligar a hacer política a quien no quiere hacerla. Esta función es la encargada de llevar a cabo el derecho privado, y, por consiguiente, el sentido de la colaboración de los hombres en ella no es otro que el de intervenir, en interés propio, para hacer que el Estado les ampare en todo momento en tales derechos. Como se ve, esto no tiene sentido político alguno; se trata de una presencia pública que se otorga a las gentes, sencillamente, para defender sus intereses, o mejor, para velar por que el Estado les defienda.

Como es sabido, tal presencia se logra merced a unos organismos (Parlamentos, etc~) a los que acuden ciertas personas, en representación de las demás que componen el pueblo, y designadas por éstas, para velar por los intereses de derecho privado de quienes les envían.

Pues bien; gracias al sistema liberal se ha llegado a una situación en la cual esto de enviar gentes a un organismo para que le representen y le defiendan a uno es algo que tiene necesariamente que hacerse a través de los partidos políticos. Y como éstos no son, ni muchísimo menos, gestorías administrativas ni agencias de representantes, sino agrupaciones animadas y orientadas exclusivamente por el propósito de configurar políticamente el Estado de cierta manera, o sea, por el propósito de hacer politica, resulta que el señor que no pretende otra cosa que defender sus intereses se ve obligado, quieras o no, a hacer política.  Y como esto de hacer política es algo que no a todo el mundo interesa, resulta que hay una enorme cantidad de gente que, desinteresada de la política y no teniendo otro medio para hacer valer sus derechos que acudir a ella, renuncia a todo y se queda voluntariamente al margen de la vida colectiva.

Si de los partidos políticos pasamos al partido comunista, vemos que no se elimina este defecto de lo incompleto. El grupo proletario, aunque desde este punto de vista numérico resulta más representativo que el otro (puesto que la clase es infinitamente más numerosa que el partido político), tiene, en cambio, un sistema de eliminación más absurdo, por estar basado en el hecho circunstancial y transitorio de la situación económica de cada individuo.

Claro está que, llevando a cabo una previa implantación del colectivismo, para que, ciertamente, todo individuo no tenga más remedio que sentirse proletario, no existe, al menos en teoría, eliminación alguna ; pero para esto, para sustancializar a la totalidad de la masa humana con la clase proletaria, sería preciso pro1etarizar a la masa, es decir, colectivizar la propiedad y prohibir a los hombres cualquier forma particular de ella, lo cual es inaceptable dentro del pensamiento cristiano.

Luego queda sentado que ni el liberalismo ni el comunismo logran el objetivo de que su organización agrade a la oolectividad entera. EI uno, porque deja fuera a quien no tiene vocación política; el otro, porque exige una previa implantación del colectivismo para hacer que todos sean proletarios y exige una permanente presión del Estado para que el hombre no pueda realizar jamás su natural instinto de poseer.

3) Estos sistemas tampoco son fórmulas racionales y permanentes de organización.


La segunda condición que debe reunir la organización buscada es la de ser racional. Tampoco en esto resultan beneficiadas las organizaciones del liberalismo y del comunismo. En cuanto al primero, el partido político es una: organización artificiosa que el ciudadano se construye al margen de su propia vida y con el propósito sólo de utílizarla como medio de expresión en tales o cuales días de su existencia.

Nadie nace dentro de un partido político, ni siquiera se encuentra casualmente con él en el transcurso normal de su vida. Para ingresar en un partido político hay que ir ex profeso a su encuentro, y, además, como sucede que no hay tantos partidos corno gentes, hay que ir, recortadamente para conformarse con el que resulte más aproximado al pensamiento de cada cual.

También en este aspecto lleva ventaja el comunismo sobre la idea liberal. El proletariado, por estar basado en una auténtica situación del hombre (aunque sea tan movediza como la situación económica), es mucho más natural que el partido politico, el cual es una necesidad tan externa a su propia vida como lo puede ser una sociedad destinada, por ejemplo, a defender los colores del equipo favorito. Ahora bien; el partido económico del proletariado tampoco es una organización natural en el hombre. Los vínculos que a éste lo unen más fuertemente con sus semejantes no son, dígase lo que se quiera, los económicos. El hecho de que la aristocracia, por ejemplo, sienta tan constante desprecio hacia las apetencias nobiliarias del nuevo rico demuestra que incluso el lazo heráldico es más fuerte que el económico.

Pero, además, ¿cómo es posible pretender que el hombre viva socialmente asentado en su condición de proletario tornando esta como centro de su actividad política, cuando, precisamente, la condición de proletario es algo así corno una catástrofe de la que todo el mundo se afana por escapar lo antes posible? No hay proletario que no quiera dejar de serio; ¿cómo entonces puede quererse que los hombres actúen en política a través de algo tan opuesto a sus sentimientos más espontáneos?

La tercera condición necesaria para; que sea eficaz la organización que lleve al pueblo a participar en el ejercicio de la función administrativa del Estado es la permanencia de tal organización. Poco hay que esforzarse para ver que el partido político es lo más inquieto y lo menos permanente que se conoce, y como nuestro deseo es no gastar palabras en vano, no vamos a perder el tiempo en demostrar lo evidente. Baste recordar que el nacimiento y la pervivencia de los partidos políticos dependen siempre de circunstancias ocasionales, y aun de la voluntad, la ambición o, simplemente, la manía de algún personaje.

En cuanto a la organización política del comunismo, aun cuando también respecto a la permanencia lleva enorme ventaja a la organización liberal, tampoco reúne esta condición de un modo satisfactorio. En primer lugar, nada, antinatural puede ser permanente; pero, además, basta con observar el proceder marxista, que acabamos de apuntar, para convencemos.

Hemos dicho que, conociendo el marxismo que el proletariado no es un motivo asociativo duradero, porque nada hay más inestable que la situación económica de cada uno, acude, para mantener a los hombres en la situación de proletarios, a la coacción, e implanta,el colectivismo, con lo cual se obliga a todos a permanecer alejados de la propiedad privada, única manera de hacer que todos sean permanentemente pobres, es decir, permanentemente proIetaríos; pero como ya hemos visto que esta situación colectivista no es natural en el hombre, porque lo natural, lo que viene a éste dado en naturaleza, es su tendencia a poseer, la permanencia del sistema comunista será tanto mayor cuanto mayor sea la permanencia de la coacción. Si falla ésta,  falla el sistema.

4) Las organizaciones humanas que mejor reúnen estas condiciones son la familia, el municipio y el sindicato.


En resumen; ni la organización política del liberalismo ni la del comunismo (con ser ésta infinitamente más eficaz) cumplen las condiciones precisas para poderse llamar una buena organización. Vamos, pues, a tratar por nuestra cuenta de encontrar, dentro del pensamiento seguido, una fórmula que reúna tales condiciones.

Hay que buscar, en primer lugar, una organización que sea común a todos los hombres y que los hombres la hayan inventado para realizar a través de ella sus instintos racionales y permanentes; después, tenemos que ver si esta clase de asociación sirve para utilizarla también como cauce por el cual se pueda verificar la participación del hombre en las tareas del Estado, y si resulta que aquella organización, amplia, natural y duradera, admite cargar con esta nueva responsabilidad habremos encontrado lo que buscamos y podremos servimos de ella como de vela al viento, sin pretender inventar otra que, según nos enseña la experiencia liberal y comunista, resulta bastante difícil encontrarla.

Observemos la vida del hombre: El hombre, todo hombre, nace con una serie de instintos naturales y permanentes: instinto de perpetuación de la especie, instinto de sociabilidad, instinto de conservación de la vida; para cada uno de ellos tiene su medio adecuado: el matrimonio, la: ciudad y el trabajo; y cada una de estas cosas le lleva. a construirse sus asociaciones características: unas, como la familia, de derecho natural; otras, corno el municipio y el sindicato, de índole inferior, aunque sin dejar por ello de tener espontaneidad y lozanía.

Así, podemos decir que el hombre nace dentro de una familia vive dentro de un
municipio y trabaja dentro de un sindicato, y que todo esto, no solamente es seguido por todos, sino que, además, lo hacen de una manera espontánea y permanente; lo cual ya es una ventaja importante sobre los sistemas anteriores, porque ninguno de ellos puede decir tal cosa de un partido político o proletario.

5) Consideraciones acerca de la familia


Pero acabamos de decir que no basta encontrar unas organizaciones poseedoras de las mejores condiciones; se precisa, además, que puedan ser utilizadas en el fin que nos proponemos, y para ello es necesario que su realidad vital esté tan enérgicamente acusada, que trascienda al orden social y ocupe en él un rango de aceptación indiscutida ; porque si, de uno u otro modo, han venido a parar en algo inconsistente, sucederá con ello lo que sucede a las decoraciones del teatro, que sirven para todo menos para utilizarlas en serio.

Me estoy refiriendo con esto a ia familia. Nada hay tan triste como el espectáculo de frivolidad que el liberalismo ha sabido montar sobre esta Divina institución de la familia; ello, para desgracia del género humano, ha hecho que la familia, aunque sea todavía una. organización que mantiene en la intimidad un cierto vigor, el vigor que cada cual le quiera prestar, en la vida social, en cambio, no tenga ninguna trascendencia y si un matrimonio como Dios manda no puede presentarse en sociedad sin parecer a las gentes una visión de estampa antigua; si el tono elegante que hoy priva en la sociedad exige que el matrimonio adopte un estúpido aire de desenfado para no caer en el comentario burlón y picante, ¿puede la familia suponer una
organización capaz de influir positivamente en la vida social de los pueblos?

Desgraciadamente, no, la defensa de la aptitud del municipio para esta función se hará afirmando que conserva su buena calidad de otros tiempos para estos efectos; la del sindicato va a hacerse demostrando que ha adquirido modernamente esta calidad. Por lamentable que ello sea, hay que afirmar que la familia no constituye hoy un instrumento apropiado para: la colaboración del pueblo con el Estado, por cuanto la familia no tiene actualmente significación política.

Porque esto es lo fundamental: la significación política de los municipios, que hace posible un cambio de régimen a consecuencia de unas elecciones municipales, y la significación política de los sindicatos, que hace de una huelga o de la simple amenaza el hecho politicó más trascendental en cualquier Estado contemporáneo, faltan, en absoluto y totalmente, a la familia actual.

Podemos decirlo con descaro, porque no somos nosotros, ciertamente, los responsables de ello. La familia, entendida cristianamente, es una institución, y como tal institución ha logrado vigor histórico y ha gozado de una auténtica significación política. Mas el individualismo acabó con el carácter de institución que se reconocía a la familia al convertir al matrimonio en un asunto privado.

Hoy, salvo dichosas excepciones, la familia está radical y absolutamente descristianizada, y mientras esto sea asi, mientras las jovencitas de diecisiete años lleven en su bolsillo la llave de su casa, es tonto cerrar los ojos a la evidencia de que su significación política es nula.

La Asociación de Padres de Familia no tiene más alcance político que el que se deriva de la amistad de sus directivos con el gobernador civil. En Roma, donde la familia tenía un firme fundamento religioso e institucional , el Estado no era otra cosa que una auténtica Asociación de Padres de Familia, los cuales, ciertamente, gozaban de alguna mayor autoridad, algún mayor prestigio y algún mayor poder que esos buenos señores que se esfuerzan en ser tenidos por columnas del Estado y no alcanzan siquiera a hacerse respetar entre sus hijos adolescentes.

Por eso no tenemos más remedio que reconocer que, en tanto la familia no recupere su eterna y sustancial virtualidad cristiana, no ha de servir para encontrar en ella un modo de proyectar al hombre sobre el quehacer colectivo de su pueblo. Será la que mejor reúna los requisitos exigidos de totalidad, racionalidad y permanencia; pero le falta la aptitud política.  ¡He aquí otra de las más jugosas ilusiones marchitada por el aire crapuloso del liberalismo!

6) Eficiencia del municipio para realizar esta misión.


Pasamos ahora a indagar cómo se dan en el municipio estos tres requisitos, y cómo sigue conservando eficiencia para influir en la vida pública. Limitándonos a lo primero, es evidente quen en él se dan de modo ejemplar las notas de totalidad y racionalidad. Todos pertenecemos a un municipio, y no sólo pertenecemos, sino que somos de él de modo más intenso y más enérgico que con respecto a casi la, totalidad de las asociaciones humanas en las que el hombre vive encajado.

No se trata del hecho, diferentemente importante en cada caso, de lo que haya en el municipio de cuna, sino de lo que en él hay de domicilio, es decir, de puntal sobre el que asentamos nuestro vivir social.

El municipio es, en efecto, el lugar donde el hombre vive realmente, donde desarrolla sus actividades, ejerce su profesión, lleva adelante sus negocios y no sólo es el municipio el lugar donde el hombre vive, sino que, además, es (y esto resulta irnportantisimo) el lugar donde vive de modo más consciente, inmediato y enérgico, una vida pública.
El municipio es el seminario del vivir publico del hombre. Hasta llegar al municipio, todas las formas de vida colectiva en que el hombre se inserta, si bien no hay duda que constituyen verdadero vivir social, son, por decirlo así, proyección o ensanche del vivir individual de cada uno, y, por tanto, y en cierto modo, vida privada. El matrimonio, el círculo de amigos, la sociedad cultural, o recreativa, o de negocios, son mi familia, o mi círculo, o mi sociedad, y este "mi" tiñe de individualidad especifica a los grupos sociales sobre que recae.

Claro es que, además de míos, esta familia, y este circulo, y esta sociedad, son de mi mujer, y de mis amigos, y de mis socios; pero estas gentes, con las cuales tengo que compartir la propiedad de tales grupos, no son gentes extrañas a mí, sino que, al revés, yo las he buscado o me he unido a ellas voluntariamente, prefiriéndolas y elígiéndolas entre el resto de las gentes que me rodea. Con el municipio pasa algo muy diferente.

Es, ciertamente, mi municipio, y, a la vez, el de otros muchos señores; pero, a diferencia de lo que ocurría en los otros casos, a estos señores no les he buscado yo. Ni ellos ni yo hemos hecho nada para llegar a esta copropiedad del municipio. Nos encontramos, sin más, instalados en ella, queramos o no, y no tenemos más remedio que admitirlo como un hecho. Ahora bien; esto es lo que caracteriza la vida pública; el encontrarse el hombre viviendo entre otros cuya compañía, que no ha sido buscada por él, se le impone con carácter necesario.

No se crea que esto se dice sin más ni más. La experiencia de los partidos políticos debiera aleccionarnos acerca de esto. A lo que más se parece el partido politico (por lo menos, en el ánimo con que la mayoría de las gentes acuden a él es a la pandilla de amigos. Se ingresa en ellos, casi siempre, por obra y gracia de los amigos; se procede con el correligionario como con uno de ellos.

Cuando el partido político se vuelve químicamente puro, que es el caso del partido único, en el cual se dan ejemplarmente todas las virtudes y todos los vicios del partido político, el correligionario se convierte, desde luego, en el camarada. ¿Cómo no ha de ocurrir que las gentes se olviden de que el vivir político es, ante todo y por encima de todo, vida pública? Es ésta una de las causas más indudables de esa calamidad que viene progresando sobre el suelo del mundo occidental desde el siglo pasado, para revestir ahora sus aspectos más feroces, y que consiste en el absoluto desprecio que las gentes de un partido sienten por las del otro.

Los problemas, los puntos de vista de los unos son olimpicamente ignorados, y desdeñados por los otros. Ahora bien esto es la negación de la vida pública, la cual tiene como primera exigencia la de que cada uno cuente con los demás, se dé cuenta que existen lós demás, que es lo contrario de lo que hace la pandilla de amigotes que vuelven dando gritos a casa borrachos, en la madrugada.

Un Estado en el cual la colaboración del pueblo con el poder en la tarea. de velar por los intereses de los particulares y por la buena marcha de la: administración se realiza a través de los municipios, será un Estado en el cual se hallará siempre presente y actuante la conciencia de lo público. No es un azar el hecho de que las primeras manifestaciones del vivir político de la Humanidad, los primeros Estados, fueran ciudades, "polís", ni que el vivir "político", rectamente dirigido y practicado, sea apellidado por el lenguaje corriente como "vida civil", es decir, vida en la ciudad.

No es un azar nada de esto; y prueba de ello es que el hombre de la calle sabe muy bien distinguir, por ejemplo, entre un régimen civil y una dictadura militar; y si viene algúnnfilósofo a preguntarle cómo lo ha distinguido, no responderá que atendiendo a los uniformes, sino viendo que aquél tiene un vivir político y ésta no.

Y si ahora pasamos a la tercera de las notas apuntadas, es evidente que el municipio, nacido hace unos mil años, en su carácter actual sigue manteniendo intacto su valor político. Retengamos estas dos afirmaciones: que el municipio nació hace mil años y que conserva su valor político. Una ojeada hacia la primera de ellas nos salvará de caer en la tentación de ver en esta defensa que hacemos del municipio un expediente para combatir el sistema de los partidos políticos.

Nosotros no hemos inventado esta aptitud del municipio. Al revés. Lo primero que éste hace en cuanto nace es, precisamente, ponerse a servir de instrumento para la participación del pueblo en la función administrativa del Estado, Y esto, no en éste ni en el otro país, sino en todos, en España antes que en ninguno. No otra cosa son las Cortes, los Parlamentos. Tendrán que pasar bastantes siglos paran que algo tan sencillo, tan natural, sea vuelto del revés por un grupo de filósofos y de políticos. "

No iban éstos, sin embargo, tan descaminados. Acertaron lo fundamental, pero se equivocaron en el modo de llevar a la realidad su idea. Pensaron, igual que nosotros, que el poder había de corresponder al pueblo, al cual llamaban "el tercer Estado"; pero erraron en lo referente al modo como ese pueblo había de transmitir ese poder, a quien lo ejerciera de hecho y en lo referente a la participación del pueblo en el ejercicio del poder. En cuanto a lo primero, se olvidaron, conforme a lo que se dice en el capítulo X, que el pueblo no transmite nunca su poder de otro modo que autorizando con su obediciencía libre, y no consagrando con sus votos, al que de hecho manda; y en cuanto a lo segundo, que es lo que ahora nos importa, se empeñaron, con la Iamentable obstinación del hombre que tiene una teoría, en
desconocer el valor y la significación política del municipio.

Lo que ellos pensaban, en efecto, es que la presencia de los hombres en el Estado había de delatarse y cristalizar en una volun- tad que recibia el nombre de"voluntad general", la característica de la cual era el no ser la voluntad conjunta de éste y de éste, sino la voluntad unitaria del pueblo, írreductible a las voluntades particulares de quienes lo componen. Por eso Rousseau se preocupa de diferenciar bien la "volante generale" de la "volonte de tous".

Como es natural, esta actitud conduce necesariamente a oponerse al municipio como cauce de expresión de voluntades. Si el pueblo acude, por ejemplo, a las Cortes a través de sus municipios, resultará que las voluntades que allí se expresen serán las de este y las de aquel municipio, es decir, "la volante del tous", no la voluntad general. Por eso, los doctrinarios de la Revolución Francesa se dedicaron a desconocer la significación política del municipio.

7) Eficiencia del sindicato.


Pasando ahora al sindicato, no hay que esforzarse en demostrar que la primera de las notas que venimos utilizando está cumplida en él plenamente. Al sindicato pertenece naturalmente todo el mundo. Todos tenemos una profesión, todos nos afanamos en, algún menester, y un enorme tanto por ciento de nuestros intereses en la sociedad están configurados por el denominador de la profesión.

Al que su profesión no le interesa, una de dos: o es tonto, o la ejerce como mero pasatiempo, como aficionado. Dejando a un lado a los tontos, un Estado realmente cristiano debe esforzarse por conseguir que todo el mundo desempeñe alguna misión en la vida. José Antonio Primo de Rivera, siguiendo a los mejores pensadores cristianos, insistió mucho en la enorme diversidad de las tareas a realizar por los hombres.

El que todos hayan de trabajar no quiere decir, en efecto, que todos hayan de trabajar en lo mismo ni del mismo modo; pero la obligatoriedad del trabajo es, no sólo una exigencia del espíritu cristiano y de la, verdadera: dignidad del hombre, sino, además. como último argumento, una exigencia ineludible de la realidad histórica actual. Creemos que esto está tan en la conciencia de todos, que no precisa insistir en ello.

Su utilidad para la participación del hombre en las funciones del Estado es racional, porque en el sindicato, como en el municipio, nos encontramos instalados naturalmente, sin violentar las cosas y sin esforzamos en ello. Conviene ahora, subrayar lo siguiente: Si el municipio ha sido ponderado antes como el medio más enérgico de llevar la conciencia de lo público a los hombres que componen el pueblo, hay que afirmar ahora que el sindicato constituye, complementariamente, el modo más directo y más real de llevar a la vida pública lo más sustantivo, lo más apremiante y lo más verdadero del vivir privado y personal de los hombres.

Estos están en el sindicato de un modo eminentemente real, dramáticamente real. Cuando hacemos de escritores, de políticos, de hombres de mundo, somos nosotros mismos en una medida bastante reducida, siempre que estas cosas no constituyan para nosotros, como ocurre a veces, nuestra última y esencial profesión en la vida; pero cuando somos trabajadores, somos nosotros mismos en absoluto. Cuando queremos, indagar la profesión de alguien no preguntamos "¿qué hace?", sino "¿qué es?".

Por eso, el sindicato es esencial para un Estado que quiera hacer política realmente humana y verdadera. La gran conquista de los tiempos modernos consiste, dicho sea sin demagogia alguna, en el hecho de que hayan acudido a los Parlamentos, para sentarse en ellos, gentes vestidas con sus uniformes de trabajadores, ofreciendo saludable contraste con los políticos de pro fesión que hasta hace poco acudían a estos sitios vestidos con el traje "de sociedad", es decir, con el traje que nos ponemos cuando queremos renunciar a nuestra individual personalidad durante unas horas y diluimos en un conjunto convencional y pasajero.

Siempre que la política se ha encargado exclusivamente a diputados a políticos profesionales, gentes que habían perdido contacto directo con una profesión cualquiera determinada, todo se ha disuelto en una contradanza de ideas, cada vez más divorciadas de las realidades auténticas, y ha sido preciso que los trabajadores acudan a hacer acto de presencia. Y cuando algún Jefe de Estado quiere dar una nota simpática a la publicidad, y lo que quiere, quizás sin darse cuenta, es demostrar precisamente los cimientos auténticamente reales y humanos en que apoya su gobierno, lo primero que hace es retratarse conversando con algún pastor o con algún minero, o simplemente en mangas de camisa.

Por último, no se diga que si el sindicato constituyera de veras un factor político tan destacado hubiera existido siempre, siendo así que su aparición histórica es reciente. El sindicato ha existido siempre y lo único que es reciente es su forma actual. En una forma u otra, es más antiguo, incluso, que el municipio. En realidad, es de siempre. Las formas políticas incipientes que la Historia nos muestra, (pueblos de pastores, de cazadores, etc.) no son otra cosa que la aparición de la política bajo la especie de lo sindical.

8) Estructura general del pueblo para llevar a cabo la Función Administrativa. Cámara Administrativa.


Con esto dejamos señalado que el sindicato y el municipio son las dos canalizaciones ideales para que el pueblo intervenga en la función administrativa del poder del Estado, y dejamos dicho, además que las dos se complementan, porque una viene a proyectar sobre la vida pública lo que a través del municipio ha llegado a saborear el hombre con más deleite, la vida en sociedad ; y otra, la sindical, irrumpe en ella con lo más sustancioso y personal del ser humano, el trabajo.

Ahora bien; ¿cómo se monta el tinglado necesario para que se verifique esta intervención de manera que recoja a todos los ciudadanos y alcance las más elevadas esferas del poder? Aquí hay dos preguntas: primera, ¿cómo se manifiesta la voluntad del pueblo?; segunda, ¿cómo se construye la mecánica de la colaboración? Para la primera, tenemos que recordar lo que dijimos del sufragio universal; allí afirmábamos que, una vez rechazada la desolada nota de que todo sea opinable, nada había que oponer al hecho de que todos pudieran opinar; por lo tanto, y como ya a lo largo de estas páginas me hago la ilusión de haber dejado clara nuestra postura sobre el contorno de la función administrativa, sólo cabe declarar aqui que aceptamos en toda su línea el sistema de votación para hacer que el pueblo intervenga en esta empresa del Estado.

Podríamos extendernos ahora sobre el modo de valorar estas elecciones; si habían de ser directas o indirectas; si el voto convenía que fuera personal o familiar; si la capacidad de votar debe alcanzar a tal edad o a tal sexo. Por nosotros, y una vez ordenadas las ideas rectamente, cuanta más libertad haya para la votación y mayor amplitud se dé a la fórmula, mejor; sin embargo, no es cosa de marcar la pauta entre otras razones, porque -cada pueblo debe elegir el prooedimiento que más le agrade.

Ahora andan los pueblos vencedores empeñados en imponer a los demás, con, gran regocijo y provecho del comunismo, una misma fórmula democrática, sin importarles un bledo la situación de cada pueblo, su psicología, su manera de ser y de reaccionar; en una palabra, sin tener en cuenta los gustos ni los deseos interesados; peor para ellos, porque esto, sobre empezar siendo la negación máxima de la democracia, es, además, el explosivo más conveniente al porvenir comunista.

Nosotros, por nuestra parte, no vamos a caer en sus mismos defectos y no vamos a encerrar la variedad humana en los estrechos moldes de una definición.

La segunda pregunta se refiere al modo de construir la estructura de la participación. Huyendo también del casuismo diremos sólo que tal estructura debe culminar en una Cámara Administrativa que agrupará a los representantes de los municipios y de los sindicatos. ¿Cómo se eligen éstos? Como lo desee cada pueblo. Una fórmula, una de tantas, puede ser la siguiente:

Todos los votantes de una localidad eligen su municipio, ayuntamiento o Cámara municipal; entre los representantes de todos los municipios de una provincia o comarca se elige la Cámara Provincial de Municipios o Diputación Provincial, presidida por el representante del Poder central o Gobernador Civil y entre los representantes de todas estas Cámaras se eligen los que hayan de llegar a la Cámara Administrativa.

Otra fórmula más amplia puede ser que la elección se verifique, no entre los representantes de las Cámaras inferiores, sino libremente entre otros nuevos candidatos; allá cada pueblo con su preferencia.

Análogo procedimiento se puede seguir para la selección de los representantes sindicales en la Cámara Administrativa sin más que enquistar en la división geográfica de ayuntamientos y provincias la de ramas de producción.

Así, la Cámara Local de Sindicatos no estará formada por los representantes de los distintos barrios, pongamos por ejemplo, sino de los representantes de las diferentes ramas de la producción, y como este procedimiento se puede llevar a la Cámara provincial y a la Administrativa, resulta que ellas están formadas por los delegados de los diferentes sindicatos provinciales o nacionales.

No es cosa de seguir puntualizando el procedimiento; pudiera hacerse previamente con todos los sindicatos nacionales de industria una, Cámara Nacional de Industrias, que unida a la Cámara Nacional de Comercio y a la Cámara Nacional Agrícola, fueran las que llegaran a constituir la Cámara Nacional de Sindicatos ; pero todo esto es detalle que debe quedar a los gustos y a los tiempos, y no ha de haber sobre ellos norma escrita.

Sólo una cosa quede bien clara de todo lo que venimos escribiendo: que la participación del pueblo en la función administrativa del poder del Estado está encomendada a todos y cada uno de los componentes de ese pueblo, como ahora veremos que también lo está, la, participación del pueblo en la función política.


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Cámara Política.


Llegamos ahora a la posibilidad de descubrir el modo más adecuado para que el pueblo, dentro del sistema expuesto, participe en la función política del Estado.

No se nos oculta que lo que hemos de decir parecerá seguramente a muchos una recaída en puntos de vista difícilmente mantenibles en la actualidad, y a otros, una actitud de retroceso hacia posiciones que por sí solas se pusieron en trance de muerte desde hace tiempo. Debo advertir una vez más a los primeros, es decir, a los que vean en este capítulo el intento de salvar lo que sea posible de una concepción totalitaria del Estado, que ni yo ni la mejor ortodoxia del Movimiento en que he militado siempre, hemos tenido nunca, ni ahora ni cuando las cosas tenían otro aspecto, el menor deseo de postular aptitudes políticas totalitarias, siquiera no hayan faltado en ningún momento al lado nuestro, gentes con alma de paleto dispuestas siempre a hacer de comparsa.

A los segundos, es decir, a los que piensan que de lo que se trata es de volver por caminos nuevos a la democracia vieja, les haré ver que precisamente el objeto quizás más destacado que me ha llevado a escribir este libro ha sido el deseo de contribuir a conjurar, en la medida que sea posible, ese indudable peligro en que se halla el mundo civilizado de, por horror hacia el comunismo y hacia los Estados totalitarios, volver los ojos, como hacia una revolución salvadora, hacia una democracia que dió ya al mundo todo lo que podía dar (y casi todo lo que pudo dar fueron desastres) y a lo único que puede aspirar hoy es a morir con cierto decoro, en vez de dedicarse a tonterías como la de declarar a España peligro en potencia para la paz del mundo.

No se trata, por tanto, de acercamos a nadie, ni menos aun de atacar únicamente al sistema liberal democrático; si el lector observa en estas páginas un parecido mayor con la organización comunista, será porque ésta se preocupa antes que nada de proyectar sobre el aparato general del Estado ruso una vigilancia política que culmina en el polit-buró; pero se verá fácilmente que nuestro propósito es bien distinto. El comunismo monta ese aparato con la pretensión de implantar una idea politica concreta sobre el Estado; nosotros lo hacemos para servir a éste en algo que solamente la inconsciencia individualista ha podido dejar inatendido. No se trata, de imponer una orientación determinada a la estructura del Estado, sino de completar su definición y estructurarlo en consecuencia. Pero dejando esta diferencia para más adelante, en que trataremos de establecer la que separa nuestra postura, del partido único totalitario, empecemos a desarrollar el tema que nos ocupa.


1) Misión característica de la Función Política.


Conforme a lo dicho en los capítulos anteriores, el Estado es una organización para la administración de la justicia en el seno de un pueblo. De aquí se sigue que no basta que el Estado se organice a sí mismo y haga justicia (función-administrativa), sino que es necesario que tales organización y administración no sean algo abstracto, sino, concreta y precisamente, organización de un pueblo y administración de un pueblo. Esta dimensión popular o social del Estado constituye la última nota que lo caracteriza.

Del mismo modo que no hay ningún hombre que sea nada más que animal racional, sino que todos son, necesariamente, este o aquel hombre, no existe el Estado en abstracto, sino siempre este y aquel Estado; dicho de otro modo: No existen Estados abstractos, sino Estados vivos. Y como la vida de los Estados se llama historia, dicho queda que ésta, la historia, es una dimensión esencial del Estado. Pues bien; este reconocimiento y actuación constante y permanente en el Estado de lo que en él hay de historia es lo que llamamos función política.

Pudiera llamarse igualmente, conforme hacemos en el capítulo X, función de unificación nacional, toda vez que a través de ella se actúa de modo consciente el acontecer histórico, en virtud del cual una pluralidad de hombres ha quedado convertida en entidad social, nación o pueblo determinados.

Veamos ahora, con algún mayor detenimiento que en el capítulo Citado, cuál sea el alcance de la función política. Lo propio de ésta, decíamos allí, es la afirmación del pueblo. Ahora bien; ¿de qué modos se afirma el pueblo? De los siguientes:

Primero. Como valor moral
ante la conciencia de quienes lo integran. Tomamos aquí al pueblo en el sentido en que lo tomaba José Antonio Primo de Rivera cuando lo definía como "una comunidad de destino, de esfuerzo, de sacrificio y de lucha".

A este modo de afirmación del pueblo es al que nos referíamos especialmente en el capítulo X, cuando hacíamos ver que el liberalismo desatendía totalmente esta necesidad del Estado, encomendándola al acaso o a la improvisación de los que quizás se aprovechaban de ella como ocasión de lucimiento.

El pueblo, conjunto de valores morales, tiene que ser afirmado de modo consciente, permanente y destacado ante la conciencia de quienes lo componen, y esto (no sobrará repetirlo una vez más), no por capricho, no porque sea ahora la hora de los nacionalismos, sino por estricta y absoluta necesidad política y de justicia.

Piensen con calma y se verá que lo que se postula aquí es todo lo contrario del nacionalismo romántico sobre el que se han apoyado los Estados totalitarios. Estos empiezan par afirmar al pueblo como un organismo, como una especie de ser superior, cuya realidad se le impone necesariamente al hombre aislado, mientras que lo que nosotros afirmamos es que ese hombre aislado, o, mejor, distinto de los demás, se encuentra naturalmente asociado a éstos por acción de la Historia y exigencia de la justicia; pero, bien entendido, no sólo es capaz de ignorar la realidad de esta asociación, sino que, casi siempre, propende a olvidarla, a sentirse desligado de los demás y proceder como un ser egoísta.

Por eso queremos, por decirlo así, imponerle el pueblo, imponerle el prójimo, como se le impone una obligación moral. La exaltación del valor moral del pueblo es para los totalitarios una especie de forma de adoración; para nosotros, una admonición y un recordatorio.

Segundo. Como unidad de cultura
en el concierto de los pueblos. El Estado necesita afirmar en lo universal el pueblo sobre el cual se asienta. No se vea tampoco en esto la defensa de nada excesivo; no se rasguen las vestiduras los pacifistas. Lo único que afirmamos aquí es que el Estado tiene que hacer vida de sociedad internacional, tiene que decir su palabra, la suya, la de su pueblo, en el diálogo de las naciones. En el próIógo dije cómo se me acusó de belicista cuando afirmé la misión de España. Es,con perdón, bastante necia esa costumbre de ver en actitudes así una especie de belicismo declarado.

Pero, por otra parte, ¿cómo es posible que alguien sea, sin más, belicista o pacifista? Tan sin sentido es afirmar, en abstracto, que el Estado tiene que hacer guerra como que tiene que hacer paz.

El Estado tiene, simplemente, que vivir, y esto es lo único que es realmente cuerdo y necesario. La paz o la guerra le vendrán en su vida como resoluciones a aceptar en cada caso, y sólo ante el caso concreto, guiándose por un acertado juicio político y por una recta moral (también los no pacifistas oficialmente somos cuidadosos en esto de afirmar para la guerra la necesidad de su moralidad) se podrán decidir los Estados por la paz o por la guerra. Eso de tenerle a uno por belicista por el solo hecho de afirmar la.necesidad de que el Estado tenga una presencia en lo internacional, es sólo una actitud de cobarde inhibicionisrno del que, gracias a Dios, van saliendo los pueblos.

Tercero. Como elemento unitario y permanente
en el proceso de la vida de los Estados. El Estado actúa, según se ha dicho ya varias veces, organizándose y administrando justicia.

Su vida se desarrolla a través de una serie de actos encaminados a esos objetivos. Ahora bien; para que esos actos constituyan algo más que una mera pluralidad de decisiones, para que sean actos de un Estado determinado, es esencial un principio unificador. Gracias a éste (que, desde luego, no estamos inventando aqui, sino que existe de hecho en todas las organizaciones políticas), las exteriorizaciones del poder normador de los Estados no constituyen un conjunto disperso de leyes, sino una legislación, es decir, una unidad. El derecho romano es tal en virtud de un algo que reduce a unidad todas las disposiciones que los romanos dictaron. Una ley no es nunca una decisión concreta de un problema concreto, sino que es, además, la ley de un pueblo.

No se interprete esto con muchas pretensiones. Lo único que estamos afirmando es el dicho popular de que lo que en unos pueblos va bien, en otros va mal. A lo mejor, a los ingleses les resulta excelente una ley agraria que en España sería desastrosa. Es preciso, por tanto, una actividad del Estado para hacer que este destino de ir dirigidas a un pueblo determinado que las leyes tienen, no sea nunca ignorado ni desconocido. Se trata, por consiguiente, de una auténtica afirmación del pueblo en el proceso legislativo, y, por ende, absolutamente separada y distinta de la función jurídica. Si se deseara un, nombre, podría llamarse a esta parte de la función política "función de control sobre la elaboración de los principios generales de la legislación".

Cuarto. Como valor jurídico. En capítulos anteriores se ha demostrado que el pueblo es una sociedad natural, y que las sociedades naturales no son organismos, ni realidades personales, sino creaciones del derecho, Un conjunto de hombres se encuentran ligados entre sí por vínculos deducidos de la justicia, y a esa vinculación es a lo que llamamos pueblo. Esto supone que el pueblo no es pueblo porque quiere, ni, al revés, es pueblo de hecho, con toda la fatalidad con que una roca es una roca, sino que, por un lado, tiene que ser pueblo, pero, por otro, puede dejar de serlo, es decir, puede comportarse como si no lo fuera.

De ahí se sigue que un Estado que quiera vivir confornre a la justicia tiene que esforzarse en afirmarse constantemente a sí mismo como pueblo; esto es, tiene que tener a la vista, para que informe todos sus actos, la idea del derecho como valor absoluto, permanente e inmutable que le constituye como tal pueblo.

De todo lo dicho se puede hacer el resumen de que la función politica del Estado se descompone en cuatro funciones:

Primera, afirmación del valor moral del pueblo.

Segunda, vida internacional.

Tercera, control de la legislación y elaboración de sus principios generales.

Cuarta, mantenimiento y defensa de los principios del derecho entendido éste como valor permanente, absoluto e inmutable.


2) Para colaborar con el poder del Estado en la función política el pueblo debe constituirse en Movimiento Nacional. 


Igual que respecto de la función administrativa, el pueblo debe colaborar con el poder del Estado en el ejercicio de la función política. Ya vimos cuáles eran los órganos adecuados para la colaboración en aquélla. Veamos ahora lo referente a ésta.

Repitamos lo dicho en el capítulo X: La colaboración del pueblo en la función política no debe ser, ni una ficción, ni algo que el pueblo realiza sin darse cuenta de lo que hace. La primera exigencia es, por tanto, que todos y cada uno de los individuos que "Componen el pueblo tengan plena y absoluta conciencia, al intervenir en esta función, de lo que hacen y de por qué lo hacen. Quiere decirse que el que toma parte en la función política debe tener absoluta y plena conciencia de que hace política.

Ahora bien; ¿existe algún organismo cuyo fin sea exclusivamente el que los hombres puedan hacer política. a su través? Indudable que no. El municipio y el sindicato son entidades excelentes para actuar y para defender intereses particulares, sociales o profesionales; pero no para hacer política. Para esto es necesario un organismo cuya finalidad sea exclusivamente política.

Este organismo no puede ser nada nacido espontáneamente en la sociedad, corno el municipio o el sindicato, porque la voluntad de hacer política en el sentido que aqui venimos dando a esta palabra (como actividad de implantación del derecho en una comunidad) es algo que sólo sobreviene a los pueblos cuando éstos han alcanzado un cierto nivel de cultura, de moralidad y de conciencia histórica. Se trata por tanto, de algo de creación artificial. A este organismo, artificialmente creado para lograr por su medio la colaboración del pueblo en el ejercicio de la función política del Estado, es a lo que llamamos Movimiento Nacional.


3) El Movimiento Nacional no es un partido político ni un conjunto de partidos.



Para penetrar en lo que queremos significar al hablar del Movimiento Nacional piénsese, por de pronto (y aquí es donde van a comenzar a alarmarse más gravemente muchos de mis lectores, a los cuales ruego que contengan su impaciencia hasta el final), piénsese digo, en los partidos políticos.

El partido no es algo que se produce espontáneamente en la sociedad, como la familia o el municipio, sino es una cosa que los hombres crean artificialmente para ponerse a hacer política. Este carácter de los partidos lo tiene plenamente el Movimiento Nacional que nosotros propugnamos aqui.

Ahora bien; mientras el partido Político tiene que englobar, fatalmente, a sólo una parte del pueblo, el Movimiento Nacional abarca, en principio, a todo él.

Nosotros queremos un Movimiento Nacional en el que quepan todos absolutamente todos los que componen el pueblo, con la excepción, como es natural, de quienes, o se desinteresan por el vivir del pueblo, o le niegan carácter de tal de cualquier modo.

En el partido sólo pueden ingresar aquellos que están de acuerdo con los puntos de vista" parcial" que allí se mantienen acera de lo que el Estado tiene que hacer.

Piénsese en la evidencia de esto; el partidario del régimen de partidos y militante en uno de ellos tiene que pensar una de estas dos cosas: o que los que militan en otro partido tienen perfecto derecho a ello, o que no lo tienen. 
Si piensa lo primero, tendrá que reconocer que el partido es naturalmente parcial, que lo que defiende es una opinión, más o menos acertada, pero no más justa ni más defendible que la que defienden los demás, y, por tanto, no podrá pretender que su partido sea el único. Si piensa lo contrario. abogará por la desaparición de los demás partidos. Este es el caso de los partidos únicos. Pero los partidos únicos son absolutamente indefendibles.

Para defender el partido único, en efecto, hay que partir de uno de estos dos supuestos:

- o que todas y cada una de las afirmaciones que en los programas de estos partidos se contienen son verdades absolutas, sustraídas a la libre discusión de los hombres,

- o que éstos no son libres para discurrir por su cuenta y proponer para el Estado lo que les parezca bien, debiendo limitarse a adherirse a lo que propongan una serie de superdotados.

No es necesario insistir sobre lo anticristiano y antinatural de la segunda de estas afirmaciones, y en cuanto a lo primero, es bien sabido que los programas de los partidos únicos no ostentan, a veces, verdades absolutas de ninguna clase, y sí, en cambio, puntos de vista personalisimos de quienes los redactaron.

El Movimiento Nacional, por tanto, precisa tener la amplitud y la flexibilidad necesarias para que quepan en él todos los hombres que crean, simplemente, estas tres cosas:

Primera,
que existen, y son perfectamente discernibles y realizables por el hombre, principios y exigencias del derecho a los cuales se han de acomodar las leyes de los pueblos.

Segunda, que el Estado tiene que realizar una función destinada a imponer sobre su vivir diario la presencia y el carácter del pueblo sobre el que está constituido.

Tercera, que en esta función del Estado, debe colaborar él y los demás hombres que con él forman el pueblo.

Ahora bien; todo partido politico supone más y menos que estas afirmaciones.

Supone más porque los partidos no se limitan nunca a afirmar esto, sino que su sentido fundamental está formado por una serie de afirmaciones que, según hemos dicho, son perfectamente particulares, contingentes y discutibles.

Pero es que, además, ¿todos los partidos políticos afirman estas tres cosas que afirmamos nosotros? Desde luego que no, y por eso decimos que los partidos son también menos que lo que nosotros queremos que sea el Movimiento Nacional, Veamos esto despacio, porque aquí está la clave de todo.

La esencia del Movimiento Nacional consiste en exigir de quien pretenda actuar en el reconocimiento de unos principios de justicia que pesan sobre el Estado, la necesidad de una función política en el Estado y de la libre capacidad de cada cual para aportar a ella lo que le parezca mejor. Pues bien; no hay hoy en el mundo (puede afirmarse así, rotundamente) un partido político que acepte estas tres prermisas, o acaso ninguna de ellas.

La mitad de los partidos hacen hoy bandera de la afirmación de que no existen verdades superiores impuestas a los pueblos, ni, por tanto, cumple al Estado realizar función política alguna, 
y la otra mitad parte del supuesto de que solamente los que comulguen con determinadas ideas, o con determinadas manías, o con determinadas monstruosidades de ciertos cabecillas tienen derecho a dejar oír su voz en público.

Siendo esto asi, ¿no resulta un poco tonto el proceder de esas gentes que, por hacer algo, se dedican a predicar la vuelta a la norrnaiidad civil a base de lograr una "colaboración de los partidos"? ¿O el de esas otras que quieren convertir un Movimiento Nacional en un partido único?

Respecto a lo primero no nos hagamos ilusiones. Los partidos políticos, tal como están rnontados actualmente, no pueden colaborar, y las pretendidas colaboraciones que vemos por ahí, no son más que treguas bastante mal disimuladas. La cosa es natural; si yo creo todo lo contrario de lo que cree este señor, y no tengo el menor punto de contacto con él, ¿por qué vaya colaborar, por qué voy a respetarle? En realidad, solamente los partidos únicos han tenido el valor y la claridad suficiente para proclamar esto en voz alta; pero no han hecho sino exteriorizar lo que todos los demás callan hipócritamente.

En cuanto a lo segundo, ¿qué interpretan ellos por partido único? Según los marxistas, principales inventores del partido único, éste no es algo definitivo y sustancial con el sistema; es como si dijéramos una situación de tránsito en un proceso político a superar; de ahí que nadie acierte cuando se les acusa de impedir la colaboración en el Estado a todo aquel que no está afiliado al partido: No, responden, si esto no es una fórmula permanente, el partido único surge como una necesidad natural de los pueblos cuando éstos se proponen cambiar sustancialmente de estructura, pero una vez logrado, ya no tienen razón de permanecer y dan paso a la nueva sociedad. Es en este sentido en el que predican la implantación lisa y llana del partido único.

Pero obsérvese que aquí no se trata sólo de cambiar sustancialmente una estructura, sino de algo más vital y cotidiano; se trata de la administración del poder del Estado, antes, durante y después de su modificación revolucionaria. Por lo tanto, si el partido único es de verdad una fórmula transitoria, ¿quién se encarga luego de realizar la función política? ¿ Nadie? Pero esto, ¿no querrá decir que en el fondo también se piensa abandonar un día La función política? Y entonces, ¿no sucederá que hemos vuelto al sistema administrativo del Estado liberal?

Consideremos, por otra parte, lo que sucedería al totalitarismo por excelencia, al comunismo, si tratara algún día de renunciar a la idea de seguir apoyando el poder del Estado en el partido comunista. Sostiene el comunismo, que la dictadura del proletariado es una situación intermedia para llegar a una etapa idilica, en la que no habrá clases; pero ya hemos visto que las clases nacen de la injusticia, y el comunismo no postula precisamente la vuelta a la justicia, sino la revancha, es decir, llevar la injusticia tantos grados más a su favor como grados más en contra estuvo durante la etapa capitalista. ¿Cómo entonces producir el milagro? De ninguna manera. El comunismo no puede hacer esta clase de milagros, y no precisamente porque esté reñido con los Santos, sino porque es esencialmente imposible cimentar la permanencia de un orden sobre la idea de que manden unos con olvido absoluto de que existen otros; y por ello jamás podrá salir de la dictadura del proletariado, so pena de correr el riesgo de descomunistizarse; como el capitalismo para perpetuarse hubiera tenido que elegir una fórmula de gobierno permanentemente dictatorial a su favor y no una fórmula democrática que fatalmente le había de llevar a la destrucción.

Luego si el partido único no es transitorio, ¿propugnan aquellas gentes a que nos hemos referido antes la estancia permanente de un pueblo bajo la dictadura de un solo partido? ¿Y dónde queda el respeto a la libertad, la integridad y la dignidad del hombre como principio indeclinable de toda actuación política?


4) El Movimiento Nacional es una integración en lo fundamental de puntos de vista dispares en lo accesorio.



Por esto decimos que el Movimiento Nacional no puede ser un partido único ni un conjunto de partidos, porque un conjunto de partidos no es otra cosa que la pretensión de sumar cantidades heterogéneas, y un partido único es la negación de la propia personalidad humana.

Entonces, ¿qué es el Movimiento Nacional?

Esta es la cuestión: lo malo del régimen de partidos no es que en ellos, en cada uno de ellos, haya una opinión diferente acerca de un mismo punto, sino que lo que hay son opiniones bastante semejantes acerca de objetivos absolutamente irreconciliables.

"Mi primo Francisco y yo -decía Carlos I- estamos de acuerdo en todo: los dos queremos Milán."

Los partidos politicos actuales se parecen muchísimo unos a otros; lo único que pretenden es la destrucción y la anulación de todo lo que al otro le interesa como medio de impedir que logre lo que todos quieren, el Poder.

Frente a esta situación, la idea del Movimienton Nacional parte de afirmar la necesidad de que toda contraposición de puntos de vista acerca del Estado sea reducido a unidad por virtud de una común coincidencia de todas las divergencias en una instancia superior.

Dicho de otro modo: el Movimiento Nacional es la manera de obtener que una misma cosa pueda ser querida de diversos modos. En esta definición han de ser igualmente subrayadas la unidad de lo que se persigue y la diversidad de los medios que se juntan para ello.

Si el Movimiento Nacional ha de servir para algo, es aquí donde hay que extremar las precauciones. En principio, no es dificil de aceptar esta idea del Movimiento Nacional como unidad de fin que cada cual procura obtener a través de un camino distinto; pero lo malo es la determinación de esa unidad de fin.

Esta ha sido la ocasión de errar de varios movimientos que se orientaron bien a su comienzo, tratando, efectivamente, de rescatar de las pugnas de los partidos la discusión acerca de lo sustancial y permanente, pero que al fin acabaron por convertir aquella instancia superior en algo desorbitado. Es menester insistir en esto. La coincidencia última que el Movimiento Nacional significa, ha de ser, necesariamente, so pena de degenerar, coincidencia en lo auténticamente sustancial, y nada más, en absoluto. De otro modo, pretender un Movimiento Nacional, sería algo quimérico.

Si puede reprocharse a los partidos políticos la disparidad de opiniones que mantienen acerca de lo permanente, ello sólo es posible si se piensa que lo permanente es algo que, por serlo, está tan próximo al ser humano, que todo hombre de buena voluntad debe captarlo necesariamente y desearlo. Gracias, precisamente, a esta amplitud de fin, el Movimiento Nacional tiene títulos suficientes para erigirse en cauce único para la participación del pueblo en la función política del Estado. Solamente reduciendo el fin a lo imprescindible, a lo absolutamente necesario, es posible excluir del concierto público a quienes no lo acepten. 

Esto es lo que ha hecho siempre impopulares a los partidos únicos; el haber excomulgado a quienes no convinieran en lo accesorio, en lo innecesario, en lo que no era necesidad, sino moda. En cambio, cuando ha surgido históricamente un verdadero Movimiento Nacional, más o menos definido, como en el caso de las guerras civiles, nadie ha sentido nunca el menor escrúpulo en separar abiertamente de toda participación pública  a quienes no formaran parte de él.

Partiendo de la necesaria coincidencia en lo esencial, hay que afirmar ahora que la disparidad de puntos de vista, no sólo no es una desdicha, sino que es una suerte, un signo indudable de robustez, de capacidad y de civilización del cuerpo político. Solamente quienes en su interior alimentan el deseo inconfesado de imponer a los demás sus puntos de vista personales, quiéranlo o no, pueden pensar lo contrario.

Esto es también importante de subrayar; porque son muchos los que, al abrigo de censuras que justamente se hacen al régimen de partidos por lo que, según hemos expuesto, tiene de atentatorio a la unidad de los pueblos, le echan también en cara el haber contribuido poco menos que a corromper a éstos haciendo que las gentes piensen las unas de distinto modo que las otras.

Que las gentes piensen diferentemen te, no sólo no es malo, sino que es necesario, porque lo contrario significaría que habían llegado al último grado del embrutecimiento o de la socialización de la inteligencia. No vengamos, pues, a confundir las cosas, y a decir que el Movimiento Nacional consiste en que todos opinen lo mismo que el señor Fernández, para estar pensando, en el fondo, que lo que queremos no es que piensen como él, sino que, si no lo hacen, se fastidien, se aguanten y se callen la boca ante el temor de ser tenidos por herejes.

5) Intervención del Pueblo en la Función Política. Partidos politicos.


Llegadas las cosas a este punto. viene la pregunta final: ¿Cómo ha de participar el pueblo en las tareas de la función política? Ya hemos visto que los totalitarismos participan a través del partido único; pero el partido único ha sido descalificado repetidas veces a lo largo de éstas páginas, y lo ha sido por lo que supone de limitación de los derechos del hombre. También hemos visto que el individualismo, al menos públicamente, ha renunciado a enterarse que existe esta función, aunque luego llegue ya a la contradicción de venir a realizar la función administrativa a través de los partidos políticos.

Meditemos un poco sobre esta postura del individualismo haciendo resaltar dos cosas: una relacionada con esta confusión de funciones, y otra, relacionada con el alcance que atribuye a dichos partidos. Hacer que la colaboración entre los ciudadanos y el poder del Estado, en lo referente a la función política, quede mezclada con la colaboración en la función administrativa, implica el absurdo siguiente: la función política es aquella que el Estado realiza partiendo de la idea de que la colectividad humana que engloba constituye una unidad de destino determinada por la Historia; como es natural, para participar en tal función hay que partir de ese punto de vista, y lo que hace el Estado individualista es adoctrinar a las gentes en la creencia de que la afirmación de que tal unidad de destino es una impostura y luego pretender que los hombres colaboren en los partidos politicos.

Naturalmente, lo que así se obtiene no es colaboración, sino lastre; es lo mismo que si a los mozos de cuerda se les quisiera obligar, para cargar baúles, a vestir de rigurosa etiqueta; no es que un mozo de cuerda no pueda hacer vida de sociedad; pero, indudablemente, preferirá dejar el frac para mejor ocasión y utilizar un traje de faena para el trabajo diario.

En cuanto al alcance y función de los partidos políticos, no vamos a insistir demasiado; hemos dicho repetidas veces que lo peor del sufragio universal no está en que todos discutan, sino en que discutan todo; hemos dicho también que un mínimo decoro exige que la discusión sea lo suficientemente ordenada para que cada cual discuta de lo que le interesa, y dentro de los organismos encargados de representar sus intereses. Pues bien; todas estas. cosas se dan alborotadamente en los partidos políticos del liberalismo. Estos partidos están hechos de tal manera, que sirven igual para negar la existencia de Dios que para hacer política, que para confeccionar un plan de obras públicas; esta da a los partidos liberales un aire de ensalada picante, que los incapacita para cualquier clase de digestión normal.

Sin embargo, los partidos políticos no son mala cosa cuando se trata de hacer política y cuando se han establecido unos principios fundamentales universalmente respetados por todos. Es decir, cuando de elllos se han eliminado estas dos circunstancias que hicieron necesaria. su condenación:

Primera. Su obscura propensión a intervenir en cosas que sólo a la función administrativa competen. No es aventurado afirmar que una de las quiebras más grandes del sistema de partidos, tal como hoy se les conoce en el mundo liberal, ha sido siempre esa confusión entre lo que es administrar el derecho privado y lo que es actuar políticamente. En los Parlamentos liberales es corriente (y ello, además, constituye uno de sus mayores orgullos) ver reunidos en una misma polémica un partido agrario y un partido liberal; pero eso no es una prueba de comprensión y de amplitud; esto, en el fondo, es algo tan estúpido, como pretender pintar un cuadro combinando el color con el cálculo diferencial.

Segunda. Su falta de coincidencia con los demás en una instancia superior. Al Movimiento Nacional sólo podrán acudir aquellos partidos (si se los quiere llamar así) que partan, como de su fundamento, de la proclamación de unos principios esenciales sobre los cuales el Estado se asienta. El Movimiento Nacional debe hacer previamente una declaración de principios; de principios que han de ser, como hemos dicho antes, la unidad del fin, y luego dejar que dentro de esta unidad haya toda la variedad de medios que se quiera.

Como se ve, no se trata de introducir subrepticiamente los partidos liberales en el pensamiento cristiano, sino, al revés, se trata de acabar con ellos; porque lo malo de la democracia parlamentaria no es que la gente exponga sus opiniones. La Iglesia católica, que cuida de su ortodoxia como nadie, lo primero que hace con sus ministros es enseñarles y ponerles a discutir; lo malo es que esa discusión no tenga orden ni respeto; que el hombre vaya tan lejos en su empacho de liberalismo que, como el carretero del cuento, llegue a creerse que las mulas se hicieron para otorgarle el dereoho a blasfemar.

 

6) La colaboracion del pueblo así realizada es más universal que en los partidos liberales.


Se dirá que en este sistema de partidos no pueden encajar aquellas personas que estén disconformes con los principios fundamentales proclamados por la institución o Movimiento Nacional. Naturalmente; ¿pero es que en el sistema liberal no se da esta eliminación en grado infinitamente mayor?  Veámoslo.

El liberalismo rechaza la función política del Estado, porque la sociedad humana, para él, no es, corno todas las sociedades, una colectividad asociada para algo, sino simplemente una colectividad, y, por tanto, los derechos que el Estado tiene que garantizar son únicamente los derivados de la persona humana (reduciendo la expresión a la categoría de ciudadano) ; pero como luego establece el partido político como único cauce de participación del hombre en la vida del Estado, resulta una de estas dos cosas: que si este hombre tiene conciencia de la significación histórica del Estado no halla modo de expresarla, y si no la tiene, y renuncia a llevar a cabo su aportación a la función política, renuncia también, aunque no quiera, a hacer valer sus derechos individuales.

En cambio, en el sistema expuesto el caso queda reducido al mínimo, al considerar diferenciadamente ambas funciones; en efecto, ya hemos dicho que en todo hombre, en cualquier hombre, se dan unos derechos inherentes a la persona humana, que han de ser atendidos en la función administrativa, y que, además, se dan otros derechos derivados de la sociedad política que esos hombres forman.

Estos otros derechos, que son los encomendados a la función política, no se dan, por lo tanto, en todos los, hombres, sino en aquellos que viven en sociedad. Un español y un hotentote, por el mero hecho de ser hombres, tienen unos títulos inalienables y equivalentes; pero el español, por vivir dentro de una sociedad organizada, tiene otros derechos de que carece el hotentote, que lleva una vida salvaje. Ahora bien; si el hombre que vive en sociedad no quiere reconocer a ésta como portadora de una significación política, allá él; su voluntaria no participación en esta clase de tareas del Estado no le colocará en una situación más desventajosa que la que de una manera obligatoria le ha colocado el sistema liberal, sino indudablemente mejor, ya que aun le queda la posibilidad de participar en la función administrativa.

En este sistema, el hecho de que no todos los hombres que componen la colectividad de un Estado quieran colaborar en la función política, no quiere decir otra cosa sino que la función administrativa, en cuanto que tiende a organizar al Estado y a regular las relaciones que se establecen entre quienes viven en él, interesa de un modo más consciente y más general que esta otra función que enamora sólo a aquellos que tienen conciencia de la esencial dimensión histórica del Estado.

En el sistema liberal supone, en cambio, una tergiversación premeditada de la cual el hombre no puede salir más que aceptando sin discusión la fórmula que le han dado y confundiendo lamentablemente su doble personalidad de hombre, y de hombre social o apartándose en absoluto de toda relación con el Estado. Véase, por lo tanto, otra de las desventajas de la organización propuesta.

Quizas esto le suene a alguien a totalitarismo; pero será por no saber razonar. Lo que han hecho hasta, ahora los totalitarismos es exactamente lo contrario de lo que nosotros postulamos.

Los totalitarismos han solido siempre considerar el elemento humano que compone el Estado como materia para la acción creadora de unas minorías de superhombres.

Nosotros pretendemos justamente lo contrario. Queremos que sea el pueblo el que por sí mismo impulse la vida del Estado. Pero precisamente porque le respetamos, no queremos implicarle en una farsa. Queremos que cumpla una función; pero que la cumpla íntegramente, conscientemente, dándose cuenta de que lo hace. Y que el que no se dé cuenta, que no sea ayudado a engañarse a sí mismo haciéndole creer que cumple una función, y que no, engañe él a los demás queriendo intervenir en una función que empieza por creer inexistente.


7) Integración de los partidos en la Cámara Política.



Veamos, pues, cómo ha de ser la estructura completa del pueblo para que se verifique este modo de participar. La cosa ya no ofrece duda alguna. El pueblo, una vez agrupado en asociaciones creadas libremente por los hombres que viven en el Estado conforme a las coincidencias de sus puntos de vista particulares, elige, proporcionalmente al número de sus miembros, una serie de representantes.icon los cuales se constituye una Cámara política, Consejo Nacional, o como se le quiera llamar, que es el organismo encargado de asistir directamente al Jefe Nacional y del Estado, en el ejercicio de la función política.

Esta Cámara política no tiene función administrativa, ni ella por sí representa al Movimiento Nacional; es el conjunto representativo de todos los partidos políticos que se han formado dentro del Movimiento, y se mueve de acuerdo con unos estatutos cuyo primer artículo supone la declaración de aquellos principios fundamentales. Interesa hacer constar esta diferencia entre la institución y la Cámara política, porque de ello se deriva la diferente organización que corresponde a cada uno: aquélla representa la unidad del fin; ésta, por el contrario, la variedad de medios; aquélla reside en el vigilante supremo de su cumplimiento, en el Jefe Nacional; ésta reside en la expresión cambiante de unas elecciones políticas.

Por eso no se crea que una vez constituída la Cámara política, todo; lo de esta materia ha de quedar sometido a su voluntad soberana, incluso la permanencia del propio Movimiento Nacional; lo que queda a su arbitrio es la discusión y análisis de los procedimientos más adecuados para llevar a cabo los principios institucionales del régimen; es decir, lo que queda a su arbitrio es la Constitución del régimen.

Una Cámara así es la mejor seguridad política que se puede dar a un Estado, y ello precisamente por su composición variada, porque si los partidos, mirados al modo de la democracia, constituyen uno de los caminos más eficaces para que un pueblo se descarríe, entendidos del modo que aquí se hace, constituyen una de las garantías más firmes de la coincidencia fundamental que en la Cámara que se propugna ha de regir.

En efecto, conforme a lo que aquí se dice, nadie podrá intervenir en la función política, si no es a través de tales partidos. Ahora bien; si es realmente fácil que un individuo aislado se dedique, de pronto, a proferir herejías, no lo es, en cambio, que acontezca una cosa así a quien ha sido designado como representante de un partido en una Cámara. Los partidos tienen una historia, una tradición; para significarse en ellos es necesario haber consagrado bastante tiempo al cultivo de una actitud política; es difícil que quien no está impregnado de su espíritu pueda ser tomado por él como representante. Por tanto, es difícil la herejia en la labor de representación.

José Luis de Arrese 1947.




Cuéntame...Lo que no nos cuentan.

 


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